Era una mañana templada de invierno, durante el punto más caliente de la Guerra Fría.
El 17 de enero de 1966, cerca de las 10:30 am, un pescador de mariscos español vio cómo caía del cielo un contrahecho paquete blanco … y luego planeaba silenciosamente hacia el mar de Alborán. Algo le colgaba debajo, aunque el hombre no podía definir qué era. Luego, el paquete desapareció bajo las olas.
Al mismo tiempo, los pobladores de la cercana Palomares – una aldea de pescadores – veían una imagen muy diferente, a pesar de estar viendo el mismo cielo: la de dos bolas de fuego, dirigiéndose hacia ellos.
Pocos segundos después, se rompió la somnolencia de aquella idílica población rural. Los edificios se sacudieron. Cayeron escombros del cielo y también partes de cuerpos.
Pasadas unas semanas, Philip Meyers recibió un mensaje a través del teleprinter, un aparato parecido a un fax que podía mandar emails primitivos.