En septiembre de 1821, el Ejército Trigarante hacía su entrada triunfal, proclamando a México como independiente
Colaboración Especial de Pilar González Amarante
En septiembre de 1821, el Ejército Trigarante hacía su entrada triunfal, proclamando a México como independiente al fin. Han pasado ya 200 años y a la vez que ha cambiado todo, no ha cambiado nada.
Si bien México ha tenido una evolución política con altibajos en estos dos siglos, el arraigo cultural de las estructuras sociales mantiene al país como ejemplo icónico en la brecha de desigualdad.
Tal brecha se comprende en términos de clase, y la clase, en términos económicos. Albergamos al mismo tiempo a una élite de millonarios, mientras el 44 por ciento de los mexicanos vive en pobreza.
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Más de 55 millones de pobres
El Coneval acaba de confirmar un crecimiento de la pobreza en plena pandemia. De los 126 millones de mexicanos, 55.7 millones son pobres y dentro de éstos, alrededor de 11 millones viven en pobreza extrema.
La pandemia sólo exacerbó las inequidades ya existentes. Ocurrió en torno al género, a la clase social y a las capacidades, entre otros ejes que condicionan la vulnerabilidad.
Sin embargo, hay en particular un aspecto que tiende a ser subestimado y que es como el elefante dentro del cuarto. Se trata de una dimensión que prevalece de nuestra penosa historia de castas en torno a la raza, la etnicidad y el color de piel.
Clasificación de personas
El Imperio español había operado bajo un esquema de clasificación de personas de acuerdo con la «pureza» de su sangre. En la cima estaban los españoles, peninsulares y criollos, y de ahí en adelante, los cruces raciales y étnicos iban estratificando a las personas.
Hoy nos sabemos una cultura mestiza. En la superficie, un puñado de celebridades latinas añaden un toque de glamour a nuestra identidad y los chistes de «whitexicans» dan material para memes.
Pero no hay nada de glamour, no hay nada de risa cuando entendemos que nuestras dinámicas sociales aún operan como un sistema de castas. Y es que, aunque el clasismo suele ser el problema más evidente, es el racismo el que más profundamente nos aqueja.
Entender la desigualdad primordialmente desde la noción de clase nos lleva a un truco muy pernicioso, nos hace caer en la falsa noción de meritocracia. Hace pensar que quien se esfuerza, trabaja, y le «echa ganas», eventualmente cosechará lo que merece en el juego económico.
Historia de superación
Todos hemos escuchado esa famosa historia de superación, esa que nos cuentan los abuelos. Aquel que llegó a la ciudad con una mano por delante y otra por detrás, que fue el primero en estudiar de su casa, y que a base de tesón, se convirtió en ayudante, empleado, gerente y hasta socio de la gran empresa.
Todos conocemos esas historias cautivadoras que ahora suenan a fantasía. Repetirlas hoy significa hacer eco de una excepción, la excepción que confirma la regla. Una regla que dicta que tu cuna determina en gran medida tu destino de vida. Pero seguir creyendo en la meritocracia y en la supuesta movilidad social nos devuelve nuestra comodidad, justifica la desigualdad. Al tiempo que nos hace preguntarnos menos por nuestros privilegios.
Racismo invisibilizado
Hasta hace poco, incluso los sociólogos juzgaban el clasismo como el mayor de los determinantes de la desigualdad. Nuestro amplio espectro de tonos de piel nos alejaba de la dicotomía del blanco y negro.
Sin embargo, el informe OXFAM publicado en 2019 nos quitó la venda de los ojos al comprobar con estadística cómo el constructo de raza, etnia y color de piel constituye el mayor condicionante de la clase social. Ahora sabemos que el racismo es la causa de la causa, aunque permanezca invisibilizado.
No podemos abordar y resolver un problema si no lo reconocemos. A 200 años de nuestra independencia de los españoles, seguimos presos del racismo. Y nadie estamos exentos de los sesgos que tenemos y que perpetúan la desigualdad.
La sentencia que generamos al reproducir estos sesgos tiene serias consecuencias en los demás. El poder del pigmento es abrumador, y así, desafortunadamente, se lleva México en la piel.