Por José Luis Lugo Gutiérrez
No hay mal que dure 100 años, ni siquiera 24. Cruz Azul aprovechó una tarde nublada de mayo en la capital para desprenderse de las ataduras y de los martirios de su pasado reciente. A la hora que quiso, en el sitio que quiso y de la forma que quiso tiró los fantasmas por la borda. Le mostró a la Liga que no tiene miedo, ni frío, ganó el título, fue mejor en cada centímetro de la cancha. Puso corazón, pasión, coraje en el juego y le envió un mensaje claro a su fiel y dolida fanaticada. Veintitrés años, 5 meses y 23 días más tarde el azul pintó profundo sus sueños y La Máquina pitó desde la cima de la Liga.
¿A qué olía el coloso de Santa Ursula? ¿A esperanza, decepción, tristeza, a ilusiones contenidas? Quizá es una mezcla de todo. No hacía falta recordarle a la gente la estadística de 6 finales perdidas. Hacía falta recordarles la historia, la historia buena, el cuento de un príncipe azul que nació, creció, se desarrolló y llegó a la cúspide con una sola misión en la cancha: Ganar.
En los alrededores el estadio Azteca se respiró eso, la ilusión contenida de romper con el ayuno, y volver a los principios básicos de la camiseta. Sobró tensión, ansiedad y hasta cierta angustia conforme se acercaba la hora del partido.
Quizás también te interese
La final
El juego comenzó casi diez minutos más tarde de lo previsto, una señal clara de Cruz Azul de que en el Azteca, no se hace lo que quieran los demás. Así empezó el juego, entre cantos profundos, oraciones, gritos, ademanes y adrenalina a chorros. La final del futbol mexicano vibró.
Santos salió mejor parado en la cancha, Gorriarán tomó las riendas del juego y buscó la manera de hacer contacto con Aguirre y Diego Valdés. La Máquina intentó contragolpear, pero no fue peligroso durante el primer tiempo. El golazo de Diego Valdés le dio vida al Santos, pero los jugadores del azul sabían que no podían dejar pasar esta oportunidad.
Así terminó el primer tiempo, 1-0 en favor del visitante. Amargo, así sabía el resultado para el dolido pueblo celeste. Un pueblo lleno de sueños despilfarrados, de generaciones afectadas, cuentos de final triste, noches de llegar a casa y seguir llorando. Una nación celeste compuesta por uñas mordidas, muecas, oraciones, dolor y corazones destruidos. Pero no esa noche, no en ese juego, poco a poco, agónicamente el despertar Azul bajó de la tribuna a los pies de Jonathan “Cabecita” Rodríguez. La gente sabía que eran líderes generales y que no hay 23 años de distancia entre el equipo y Santos. Porque Juan Reynoso conoce la fórmula mejor que nadie, porque la cooperativa lo requiere más que nunca, Luis Romo lo prometió y porque los espíritus de Marín y Bustos estuvieron presentes en la cancha.
El despertar Azul
La afición impulsó el despertar del equipo después de ir perdiendo. Y los jugadores lo hicieron por ellos, por su pueblo fiel, honrado, entregado, sacudido que no quería alargar la agonía, ni el calvario. El Cruz Azul lo hizo por ellos.
La historia guardará el gol de Jonathan Rodríguez como uno de los más memorables en el estadio Azteca. El “Cabecita” lo sabía, por eso prolongó la celebración, se arrodilló y se rindió ante su gente. El golpe estaba puesto.
Santos trató de volver y el balón detenido fue lo más peligroso que tuvieron para el empate. Luego, cuando Cruz Azul tuvo que poner coraje, personalidad y sangre, ahí estuvieron sus jugadores. Almada daba gritos desesperado y Reynoso tranquilo, porque sabía que el camino había sido largo y sinuoso.
Veintitrés años, 5 meses, 23 juegos entre liga y liguilla, la felicidad celeste tiene un pretexto, una justificación plena y absoluta. Cruz Azul nació para hacer esto, para hacer vibrar a sus fanáticos, para provocar emoción, derramar adrenalina y provocar sueños en los niños. Cruz Azul nació para ser campeón, está inmerso en su espíritu, en su esencia e imaginación. No lo vuelvas a hacer nunca más Cruz Azul, nunca más rehúyas a tu responsabilidad, a tu grandeza, a tus ideales, sueños. Ahora vuela, vuela alto y disfruta las mieles del campeonato.