Todos Somos Genios, pero Cada Quien sus Méritos

Colaboración Especial de Rodolfo González Sarrelangue

Si juzgas a un pez por su habilidad de trepar árboles,

vivirá toda su vida pensando que es un inútil.

Albert Einstein.

Cuando trabajé en la ENEP Acatlán, (hoy FES) como secretario técnico de la Carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva. Durante una reunión para evaluar planes de estudio, definir horarios y planta de maestros, un compañero soltó una frase reveladora sobre la educación superior:

“Las universidades son los mejores campos de concentración donde los alumnos permanecen algunos años sin causar problemas”

Esto viene a cuento, debido a la concepción tradicional de que un título universitario nos garantiza el acceso a un buen empleo, bien remunerado y al reconocimiento social. Todos esos factores fomentan en las familias la necesidad de conseguir el boleto al éxito a través de estudios superiores.

Sin embargo, cuando vemos el ingreso que tiene un plomero, un carpintero, un pintor de casas o un electricista, con todo y título siempre será superior al nuestro. Incluso cuando nos presentan un presupuesto no nos preguntan si está bien o no. Eso es lo que vale su trabajo.

Michael Sandel, Premio Princesa de Asturias 2018, en su libro La Tiranía de la Democracia, afirma que no todo el mundo disfruta de las mismas oportunidades. Ni tiene garantizado llegar a lo alto y conseguir el éxito por sus propios méritos.

No todos tenemos las mismas oportunidades

Nacido en Mineápolis, Estados Unidos, en 1953, desmitifica el planteamiento de que todos tenemos las mismas oportunidades. Lo que ocasiona es que los ganadores creen que por sus méritos llegaron al triunfo y quienes quedaron atrás es culpa de ellos y nadie más.

Esa idea de la meritocracia presenta dos problemas. El primero, es que en realidad no estamos a la altura de los ideales meritocráticos que proclamamos, porque las oportunidades no son realmente las mismas.

Destaca que los padres ricos pueden transmitir sus privilegios a sus hijos, dándoles ventajas educativas y culturales para ser admitidos en las mejores universidades.

De este modo, en las universidades de la denominada Liga Ivy, que incluye a universidades de prestigio como Harvard, Columbia, Princeton o Yale. Hay más estudiantes que pertenecen al uno por ciento de las familias con más ingresos del país en vez de aquellos con el 60 por ciento de menores ingresos.

El segundo problema tiene que ver con la actitud frente al éxito. La meritocracia alienta a que quienes tienen éxito crean que éste se debe a sus propios méritos. Por tanto, merecen todas las recompensas que las sociedades de mercado otorgan a los ganadores. Al tiempo que tienden a pensar que quienes se han quedado atrás son responsables de estar así.

Esta actitud nos lleva a dividir a las personas en ganadores y perdedores. La meritocracia crea arrogancia entre los ganadores y humillación hacia los que se han quedado atrás.

El título universitario no garantiza el éxito

Todo el mundo quiere creer que si trabaja duro y logra un título universitario puede mejorar su condición. Aunque suena motivador, también es insultante, porque implica que si no has ido a la universidad y la estás pasando mal en la nueva economía. La culpa del fracaso es solo tuya.

Lo que ignoran las élites políticas es que en Estados Unidos, Gran Bretaña y parte de Europa, casi dos de cada tres personas no tienen título universitario.

En las últimas décadas se ha profundizado la división entre ganadores y perdedores al profundizar esas crecientes desigualdades.

Muchos trabajadores sienten que las élites los desprecian, no los respetan ni tampoco el tipo de trabajo que hacen.

Eso ha provocado resentimiento entre los trabajadores que no se sienten bien remunerados ni valorados en su trabajo. Pues sienten que trabajan duro pero no perciben el dinero justo por su esfuerzo.

Lo que deberíamos hacer es concentrarnos menos en preparar a la gente para la competencia meritocrática y centrarnos más en la dignidad del trabajo.

Esto no significa abandonar el proyecto de igualdad de oportunidades. El error es asumir que crear más igualdad de oportunidades es una respuesta suficiente a las enormes desigualdades de ingresos. Sumado a la riqueza que ha provocado la globalización neoliberal.

Papel de los trabajadores esenciales en la pandemia

Asumamos que el dinero que mucha gente recibe por su trabajo no es la verdadera medida de su contribución al bien común, una idea errónea que debemos de cambiar.

La experiencia de la pandemia proporciona una apertura para un debate público posible, sobre lo que realmente es una contribución valiosa al bien común. Reparar un drenaje, resolver problemas eléctricos o cuidar de la salud de la gente es una contribución al bien común y no necesariamente un trabajo burocrático.

Reconocer el importante papel de todos los trabajadores esenciales durante esta pandemia debería impulsarnos a establecer un salario digno para todos los trabajadores.

Es loable fomentar en nuestros hijos esforzarse para obtener un trabajo que les permita ganar mucho dinero, pero también fomentar el amor por el aprendizaje en sí mismo. Convertir la educación solo en un instrumento de progreso económico privará a nuestros hijos del amor por aprender.

Algo que también se les debe transmitir es que si tienen éxito el día de mañana es también gracias al apoyo de sus maestros. Así como su comunidad, las circunstancias y las ventajas de las que hayan podido disfrutar.

Inculcar en nuestros hijos que su éxito solo es el resultado de su propio esfuerzo podría hacerles olvidar que están en deuda con los demás, incluida su comunidad. Debemos criar en ellos el sentido de la gratitud y humildad cuando tengan éxito.

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