Cristián Warnken y el traductor Armando Roa recorren la importancia de la imaginación en la obra literaria del poeta y artista inglés del siglo XVIII.
REDACCIÓN QIN.
«Así cantaba un duende burlón, sentado en el jaspeado tulipán. Creyendo no ser visto. Cuando se cayó salté desde los árboles, y lo atrapé en mi sombrero como los niños a una mariposa. ‘¿Cómo sabes esto, señorito?’, dije. ‘Dónde aprendiste esta canción?’. Al verse en mi poder, respondió ‘mi dueño, vuestro soy. Ordenadme, pues debo obedecer’. ‘Dime, pues ¿qué es el mundo material? ¿Acaso está muerto?’. Riendo respondió ‘escribiré un libro sobre hojas de flores, si de pensamientos de amor me nutrís. Y de cuando en cuando me das una copa espumosa de fantasías poéticas. Y así cuando esté ebrio, os cantaré con este suave laúd y os mostraré todo lo vivo, el mundo, donde cada partícula de polvo exhala su dicha'».
-Extracto de Europa, una profecía (1794)
«En algún sentido, el poeta William Blake fue un adelantado. Fue un hombre al que le tocó transitar un momento de gran plenitud de la cultura europea -la Ilustración-. Pero él cuestionó la razón matemática y buscó otras dimensiones cognoscitivas del ser humano», señala el traductor Armando Roa en Desde El Jardín, de Radio PAUTA.
En esta línea, pasó a ser un precursor del Romanticismo «y de una serie de tendencias que se desarrollaron en Europa, como el vitalismo», agrega.
Blake se atrevió a crear una mitología propia cuando intentó reescribir la tradición cristiana, como en El matrimonio del cielo y el infierno (1790-1793), en Milton (1804-1811), en Los cantos de inocencia (1789) y en Los cantos de la experiencia (1794). Así, más tarde sería admirado por figuras como Carl Jung, Jim Morrison y los surrealistas.
Vocación poética
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William Blake nació en 1757 en Londres. A los 10 años entró en la escuela de dibujo Henry Pars. Cuatro años después se convirtió en aprendiz del grabador a cargo de la Sociedad de Antigüedades de Londres. Pronto se fascinó por el arte gótico, e inspirado por su lectura de la Biblia, llegó a representar escenas inolvidables como lo hizo con la Divina Comedia (1304-1321) de Dante Alighieri.
A los 21 años ingresó a la escuela de diseño de la Academia Real de Arte, donde comenzó a exhibir sus trabajos en 1780. El arte le apasionó. Cuando murió el 12 de agosto de 1827, dejó inconclusas acuarelas de El progreso del peregrino (1678), de John Bunyan, y manuscritos del libro Génesis de la Biblia.
Definió cuál sería su rumbo cuando vio «el funeral de un hada en el pétalo de una rosa», cuenta Roa. «Era un hombre que tenía visiones muy profundas de las cosas, y que veía una interrelación en todo el universo, como su verso ‘quien toca el pétalo de una flor, toca el universo entero'», describe el traductor.
Insistió en el poder de la imaginación por sobre la razón.
En No existe la religión natural (1788), Roa agrega que el poeta planteó «esta crisis del ser humano, que por un lado está limitado por sus percepciones. Y, por otro lado, sostuvo que el hombre tiene una noción de infinito. Ahí tiene una frase muy famosa que ‘quien ve infinito en todas las cosas, ve a Dios. En cambio, quien ve solo la razón, se ve únicamente a sí mismo’.
En ese sentido, para Blake el carácter poético fue una forma de romper las barreras perceptivas, para dejar que lo infinito entrara en la vida del hombre.
Una especie de iluminación
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Despejando la primacía de la razón de Immanuel Kant, para Blake «el hombre que más cerca se encuentra de esta dimensión metafísica es la infancia», sostiene Roa. Porque luego el ser es dominado por el estado de experiencia donde prima la percepción por sobre la imaginación.
«Antes había una naturaleza guiada por lo que algunos pensadores denominaron el anima mundi. O sea, estaba animada por un alma. Ella estaba en diálogo con el hombre, pero un día al cortarse la naturaleza de alguna forma se petrifica», dice Warnken.
Es que Blake impulsó la metáfora que invitó a unir los elementos a través de características en común, en lugar del concepto que buscó dividir, postula Roa. «Y por eso su poesía muestra un estado inicial del mundo. Antes de la caída que se produce cuando la divinidad piensa sobre sí y comienza a razonar».