Por: Ulises Lara López
En la entrega anterior destacamos que la trayectoria educativa, la movilidad y la inclusión social de los ciudadanos en nuestro país, hacen visible un mosaico de inequidades que repercuten en sus proyectos de vida, por lo que aún hay mucho por hacer para construir el desarrollo personal y alcanzar el bienestar social.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la educación tiene un papel importante en el fomento al impulso del crecimiento y en la mitigación de las desigualdades, además estima que un mayor nivel educativo, relacionado a la movilidad social, reduce las probabilidades de pobreza generacional en los hogares, trastocando el ciclo económico que la produce.
En México, a pesar de que el derecho que tienen los niños y jóvenes a recibir una educación de calidad resulta ser un elemento fundamental para alcanzar su desarrollo, muchos factores continúan manifestando y perpetrando la brecha de la desigualdad educativa.
Uno de estos factores, ante la emergencia por el Covid-19, lo vemos en las tecnologías de la información y la comunicación que, indudablemente, siendo un elemento de incomparables beneficios, también ponen al descubierto los efectos negativos del sistema social y escolar, ya que segmenta y separa aún más la distancia educativa entre los que tienen nulo, parcial o total acceso a ellas y las utilizan regularmente.
De esta manera, la pandemia, al obligar el cierre de las clases presenciales en las escuelas, también amplió la brecha de desigualdad digital en un porcentaje importante de niños y jóvenes que han quedado rezagados en sus estudios. A nivel mundial se estima que el 65 % de los estudiantes de los países de altos ingresos han asistido a clases impartidas por videoconferencia, en tanto, para las naciones de bajos ingresos la cifra se reduce al 18 %. Por su parte, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en esta región la situación se complica debido a la falta de conectividad y disponibilidad de tecnologías de la información.
En esta coyuntura, y de acuerdo a estimaciones enmarcadas en la celebración de los 15 años de del Día del Internet (17 de mayo), para mediados de 2020 México debería tener más de 87 millones de usuarios de internet, es decir, que más del 75% de los mexicanos de seis años o más podría tener conectividad para la comunicación, el entretenimiento, la información, el trabajo, el aprendizaje y el estudio. Así mismo, según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH, 2019), refriere que los mexicanos usan más los teléfonos inteligentes para acceder a internet.
Durante la pandemia, en nuestro país, las actividades de trabajo y estudio se han trasladado a los hogares; para acceder a los contenidos escolares y tener un eficiente desempeño laboral, las personas deben contar en casa con conexión a internet, la cual, según las cifras más recientes del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), en los hogares tiene una cobertura del 55 por ciento.
Hasta 2019, la conectividad era aprovechada para realizar actividades personales, sólo el 17 y el 20% la usaba con motivos laborales y escolares, respectivamente. Además, ocho de cada diez personas usaban internet para comunicarse e interactuar a través de plataformas de redes sociales y mensajería instantánea; el entretenimiento audiovisual era de las categorías de mayor consumo entre los internautas.
En este contexto y ante la permanencia de la emergencia sanitaria, la conectividad adquiere una mayor demanda y valor, pero también pone al descubierto las desigualdades al ser un canal que habilita un cúmulo de actividades ya cotidianas, pero que no se encuentra accesible para un segmento de la población que ve limitado su aprovechamiento, siendo los más afectados un porcentaje considerable de niños y jóvenes. De acuerdo a cálculos del Banco de Desarrollo de América Latina, para que los jóvenes de la región (40 % de la población más pobre) tengan acceso a servicios digitales, tendrían que destinar el 10 % de sus ingresos mensuales.
Adicionalmente, en la reciente conmemoración del Día Internacional de la Juventud (12 de agosto) organizaciones internacionales, junto con las Naciones Unidas, dieron a conocer el informe Los jóvenes y la pandemia del Covid-19. Efectos en los empleos, la educación, los derechos y el bienestar mental, en el que 65 % de este sector de la población considera que durante la fase de confinamiento su actividad educativa se ha visto afectada al pasar de una enseñanza presencial en las aulas al aprendizaje en línea o a distancia a través de internet, el cual, si bien ha sido un aliado importante para vencer distancias y proteger nuestra salud, ha demostrado tanto que el sistema educativo mexicano está permeado por una dinámica que estratifica el acceso a los nuevos espacios tecnológicos para el aprendizaje, como la reproducción de mosaico de desigualdades del que hemos venido hablando.
Entonces, la innovación tecnológica, en el deber ser, accionaría el motor para cerrar la brecha de la desigualdad educativa, ya que el manejo de un dispositivo conectado a la red, brinda un sinfín de oportunidades y abre la puerta a formas de aprendizaje más didácticas, incentivando en el alumnado el desarrollo de nuevas competencias.
El sistema educativo mexicano, históricamente ha enfrentado el reto de proveer educación a poblaciones diversas en su condición social, ubicación territorial, cultural y lingüística, elementos que introducen tensiones de diferente magnitud. Hoy, tiene ante sí un nuevo escenario en el que las tecnologías de la información y comunicación permiten una interacción y conexión cada vez más común y cotidiana.
Así, una vez más, la erradicación de la desigualdad educativa se vuelve objetivo primordial de las estrategias de desarrollo social y una de las principales tareas gubernamentales para garantizar el bienestar y una vida digna de los alumnos, de sus familias y de su comunidad.
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